domingo, 20 de noviembre de 2016

MASCARAS

La máscara negra me habla con miles de voces diferentes que me acercan a la peste. Furiosos y reluctantes simbolos de la oscuridad sobrevuelan las palabras como pacientes cuervos. El sacrificio del santo fue el ultimo acto de locura mientras la voluntad era impenetrable. Solo quedan sombras y sabor amargo mientras atraviezo de rodillas un desierto de vidrio molido y olor rancio, con miradas de suplica fundiendo cada nota de determinacion. El alma del vacio me llena como un cuenco de cenizas Pero de pronto alli, estoica y rodeada de nada, estaba ella, brillando, danzando. Me miro y sonrio. Todo volvio a tener sentido. Busque una mascara de felicidad y no la encontre. Entonces me saque la ultima mascara y la mire asi, con el rostro lustroso, impoluto, inexpresivo Esperaba que me rechace y se fuera corriendo, pero no, en un gesto de sorpresa tapo su boca con la mano, y acto seguido, ella se saco su mascara de felicidad y quedo tambien asi, con su rostro lustroso, impoluto, inexpresivo Quedamos frente a frente petrificados, uno, cien, mil, un millon de segundos. Entonces le tendi mi mano, y la tomo. Y empezamos a caminar ahi, en el vacio que ya no lo era tanto. Y pisoteamos los miedos que no eran mas que telas de araña con forma de desesperacion. Fue entonces que en nuestros rostros lustrosos, impolutos, inexpresivos, empezo a asomar la linea curva de una sonrisa Ariel Almada 2005-2016

sábado, 8 de agosto de 2009

ETEREO



Fino arte, en ti descansan
las líneas de los deseos más sublimes,
posan sus ojos pájaros altivos
en tus contornos ahogados de belleza,
tocan las manos pequeñas
la magia eterna de una sonrisa etérea.

Condensa el aire tu presencia intensa,
viva, loca y amada,
y se repite un recuerdo olvidado,
las llamas de un volcán ardiente
que hizo erupción en un rincón apartado,
donde dos amantes cruzaban sus ojos
y reencendían una luz menguante
impidiéndole a un antiguo amor
encontrar finalmente su ocaso...



Ariel ALMADA
18/10/99

sábado, 2 de mayo de 2009

LA DANZA DE LOS SUEÑOS ROTOS



Un día desperté
en un navío sin piloto
danzando
con los ojos vendados
la danza de los sueños rotos.

Un día imaginé
las torturas como caricias
de un amor innecesario,
juegos y delicias
de éste destino, mi corsario.

Un día soñé
las sombras y la luz unidas
dibujando claroscuros
entre tus labios, mi tormenta;
muros de sentimientos duros,
brazas que a mi corazón alientan.

Un día busque tus manos
entre protestas y sollozos.
Lamento en ese momento
haber abierto los ojos
y descubierto
que de mi alma estabas tan lejos
bailando en tu propio desierto
tu danza de los sueños rotos.

Ariel ALMADA
3/12/98

lunes, 20 de abril de 2009

TIEMPOS DE GUERRA




El frío invadía nuestra trinchera,
las sombras,
el aullido del viento que arrastraba almas.

Siempre me había reído de las supersticiones,
siempre hasta ese día en el campo de batalla
en el que empecé a preguntarme
donde empieza, donde termina la realidad.
Y no encontré respuesta.

Estábamos enceguecidos
por una furia adolescente exacerbada
que creíamos dueña del mundo...

Sentíamos minuto a minuto desatarse
las sogas de la cordura
que nos amarraban a esa lenta agonía,
para trotar libres por esos llanos verduscos
sin importar el enemigo agazapado
entre los miedos de nuestra humana cobardía.

Condenados a la muerte
por el deseoso delirio de la gente
que expresaba palabras de rebeldía
sentada en cómodos sillones de seda.

Mutilados por un enemigo invidente
que sólo veíamos en camino
al estertor jadeo de nuestros moribundos sueños.

...Sofocados por una furia adolescente
que ni siquiera era dueña
de nuestros propios destinos.


Ariel ALMADA
13/8/98

viernes, 20 de febrero de 2009

AMANTES OSCUROS


La noche había ocupado todo. Una leve brisa cálida acariciaba el silencio de dos amantes oscuros, vestidos de sombras misteriosas en el sepulcro de sus más infinitas soledades.
Sus ojos, hechizados, plagados de incertidumbre, saboreaban el vacío que los separaba, tan sólo milímetros. No se podía juzgar si eran ángeles o demonios encarnados, fusionados para siempre.
Todo rondaba la perfección del tiempo de tal forma que era imposible decidir si era un sueño o una ilusión demasiado profunda y anhelada. Pero ninguno de los dos quería escapar del otro, sentían una posesión aterradora y celestial.
De repente, la nada. La luz se abrió paso y las sombras se desvanecieron. Miraron sus rostros cansinos y con inefable rechazo se separaron y se perdieron entre la muchedumbre.
Nunca más supieron el uno del otro, amantes anónimos en tierra de pesadillas espesas. Pero ambos llevan fundido en lo más recóndito de sus almas el mensaje que supo trasmitir aquella noche de penumbras:
“Las sombras habitan en la luz. La consumen. Esperan. Saben que un día llegará nuevamente el ocaso y podrán otra vez amarse en silencio, áspera y suavemente, sin nombre. Como se aman las sombras...”


Ariel ALMADA
Julio 1999

jueves, 29 de enero de 2009

LOCURAS


Trepanación demencial,
cinismo recio entre penumbras,
derrumbe de las paredes del ensueño.
Herejía de un hosco sepulcro
abatido en la cripta de la desfachatez.
Clemencia, el infame rito de la alimaña
que huye de su palpitar ensordecedor.
Culto del capricho de Satán,
maestría de la sumisa herrumbre.
Colapso de una máscara de acero,
sin compasión en su estridente caída.
Soberbia trituradora de bondad,
indomable fetidez engendrada en las tinieblas.
Moho aberrante prolifera en la tapa del féretro,
luz de la llama cegadora del poder de Luzbel.
Insaciable ambición del dominio total.
Defunción, destino fatal.


Ariel ALMADA
01/07/98

martes, 27 de enero de 2009

NIGHTFALL


Y cuando el sol comenzó a morir, el horizonte esparció la muerte por todo el reino de los cielos. La lluvia se hizo ácida, los planetas, fatigados y azabaches, comenzaron a girar más lento.
Todos, sin querer, dependían de su luz, de una luz prestada. Nunca nadie se había preguntado el por qué de esa implícita decisión tan mezquina, nunca tampoco había habido ninguna razón para hacerlo. Pero ahora el sol estaba muriendo.
La vida comenzó a mancharse de una colosal oscuridad estatizante, y sintiendo a la muerte trepar por su vientre lo único que podía hacer era tratar de quitársela de encima. O escapar. O morir.
La muerte visitó todos los rincones. Todos pagaron. Todos fueron llamados, de un momento a otro, parásitos y dependientes, cuando más de uno de haberlo sabido de antemano hubiese logrado sobreponerse gradualmente a ese obstáculo aún solamente con un implacable e invencible orgullo. Pero ahora no era tiempo de revoluciones. Ninguna meta las alentaba, ni siquiera la subsistencia entre los restos de mundos inundados por torrentes de oscuridad infinita.
La existencia fue diezmada por el hedor de un garfio de suspiros de agonía y desamparo. La raza humana fue una de las únicas entre millares que resistió. Quedaron pocos cientos de los miles de millones, que se juntaron gracias a los vestigios de una poderosa y tecnológica raza (y parásita).
Los restos de un sin fin de vanidades y grandezas se habían derrumbado bajo el poder de los cielos, que venía a tomar una luz que había prestado por centurias y milenios para que cada porción de vida pudiera aprender a desplegar la suya propia. Pero más fácil siempre había sido apropiarse de las demás luces.
Ese pequeño cúmulo de hombres lo aprendió y comenzó a brillar, aún sin emitir luz, aún encerrados por una imperiosa oscuridad que sin saberlo vencían a cada instante.
Y esos hombres empezaron de nuevo y trasmitieron sus enseñanzas a sus hijos, los encargados de divulgar por todo el universo el antiguo error que condenó gran parte de la vida y casi toda la especie humana: el creer que una luz es inextinguible, el creer ser todopoderosos y autosuficientes, tanto como para esclavizar a la vida, para despreciarla, para burlar y desobedecer a la muerte en su lecho, para copiarnos de las otras especies solamente la rabia, la bronca y las armas para atacar y destruir, conquistar y seguir tomando prestado. Todo hasta que el sol se apaga.
Fueron esos pocos los que burlaron al destino comprendiendo en instantes lo que otros nunca habían sabido comprender. Muchos de aquellos últimos se habían llamado a si mismos buenos, replegando voluntariamente sus instintos a reglas irreales y obtusas, llamándolas fe. Eso también era ocultar. Todos se contenían; nadie, pero nadie se preguntaba por qué debía de hacerlo.
Fue por momentos una raza muy fuerte con cosas que nunca supo comprender del todo. Poder. “Un mono con escopeta” se rieron los cielos. Las armas pueden apuntar para ambos lados. Nadie dio cuenta de ese detalle antes de disparar.
Y cuando el sol comenzó a morir, todo se desvaneció con él. Todo menos un puñado de hombres sabios que, sin saberlo, habían descubierto la luz más brillante y tímida, la que sólo se puede ver así, en la oscuridad total. Esos hombres sin querer habían descubierto a la verdad.


Ariel ALMADA 20/6/99