jueves, 29 de enero de 2009

LOCURAS


Trepanación demencial,
cinismo recio entre penumbras,
derrumbe de las paredes del ensueño.
Herejía de un hosco sepulcro
abatido en la cripta de la desfachatez.
Clemencia, el infame rito de la alimaña
que huye de su palpitar ensordecedor.
Culto del capricho de Satán,
maestría de la sumisa herrumbre.
Colapso de una máscara de acero,
sin compasión en su estridente caída.
Soberbia trituradora de bondad,
indomable fetidez engendrada en las tinieblas.
Moho aberrante prolifera en la tapa del féretro,
luz de la llama cegadora del poder de Luzbel.
Insaciable ambición del dominio total.
Defunción, destino fatal.


Ariel ALMADA
01/07/98

martes, 27 de enero de 2009

NIGHTFALL


Y cuando el sol comenzó a morir, el horizonte esparció la muerte por todo el reino de los cielos. La lluvia se hizo ácida, los planetas, fatigados y azabaches, comenzaron a girar más lento.
Todos, sin querer, dependían de su luz, de una luz prestada. Nunca nadie se había preguntado el por qué de esa implícita decisión tan mezquina, nunca tampoco había habido ninguna razón para hacerlo. Pero ahora el sol estaba muriendo.
La vida comenzó a mancharse de una colosal oscuridad estatizante, y sintiendo a la muerte trepar por su vientre lo único que podía hacer era tratar de quitársela de encima. O escapar. O morir.
La muerte visitó todos los rincones. Todos pagaron. Todos fueron llamados, de un momento a otro, parásitos y dependientes, cuando más de uno de haberlo sabido de antemano hubiese logrado sobreponerse gradualmente a ese obstáculo aún solamente con un implacable e invencible orgullo. Pero ahora no era tiempo de revoluciones. Ninguna meta las alentaba, ni siquiera la subsistencia entre los restos de mundos inundados por torrentes de oscuridad infinita.
La existencia fue diezmada por el hedor de un garfio de suspiros de agonía y desamparo. La raza humana fue una de las únicas entre millares que resistió. Quedaron pocos cientos de los miles de millones, que se juntaron gracias a los vestigios de una poderosa y tecnológica raza (y parásita).
Los restos de un sin fin de vanidades y grandezas se habían derrumbado bajo el poder de los cielos, que venía a tomar una luz que había prestado por centurias y milenios para que cada porción de vida pudiera aprender a desplegar la suya propia. Pero más fácil siempre había sido apropiarse de las demás luces.
Ese pequeño cúmulo de hombres lo aprendió y comenzó a brillar, aún sin emitir luz, aún encerrados por una imperiosa oscuridad que sin saberlo vencían a cada instante.
Y esos hombres empezaron de nuevo y trasmitieron sus enseñanzas a sus hijos, los encargados de divulgar por todo el universo el antiguo error que condenó gran parte de la vida y casi toda la especie humana: el creer que una luz es inextinguible, el creer ser todopoderosos y autosuficientes, tanto como para esclavizar a la vida, para despreciarla, para burlar y desobedecer a la muerte en su lecho, para copiarnos de las otras especies solamente la rabia, la bronca y las armas para atacar y destruir, conquistar y seguir tomando prestado. Todo hasta que el sol se apaga.
Fueron esos pocos los que burlaron al destino comprendiendo en instantes lo que otros nunca habían sabido comprender. Muchos de aquellos últimos se habían llamado a si mismos buenos, replegando voluntariamente sus instintos a reglas irreales y obtusas, llamándolas fe. Eso también era ocultar. Todos se contenían; nadie, pero nadie se preguntaba por qué debía de hacerlo.
Fue por momentos una raza muy fuerte con cosas que nunca supo comprender del todo. Poder. “Un mono con escopeta” se rieron los cielos. Las armas pueden apuntar para ambos lados. Nadie dio cuenta de ese detalle antes de disparar.
Y cuando el sol comenzó a morir, todo se desvaneció con él. Todo menos un puñado de hombres sabios que, sin saberlo, habían descubierto la luz más brillante y tímida, la que sólo se puede ver así, en la oscuridad total. Esos hombres sin querer habían descubierto a la verdad.


Ariel ALMADA 20/6/99

lunes, 5 de enero de 2009

ARGENTINA



Argentina, con pies desnudos y sangrantes
trepas el empinado camino del vasto Imperio,
más no hundas por deudas de monedas
tu ambiguo destino en sus fauces;
tus riquezas y tu poder más hondo
están en el corazón y la mente de tu pueblo,
pues las cadenas de la resignación y la mansedumbre
son aun más pesadas que las de la dependencia...

Ariel Almada
15/5/01