viernes, 17 de octubre de 2008

UN DIA EN LA CIUDAD



Camino impasible entre el ruido y la agitación de la civilización, observando desde mi mundo los miles de mundos que se mezclan incesantemente en la gris ciudad.

La gente se amotina en la esquina esperando un colectivo que los guíe a sus destinos. Me inserto en el individualismo obligado para poder sobrevivir, viendo una criatura de menos de tres años revoloteando entre los desechos arrojados sobre el gastado pavimento, pidiendo monedas como en un inocente juego mientras su madre casi suplica a la gente por una caridad que pierde día a día. El mal alimentado chico se acerca a uno de su edad que está de la mano de su madre y una sonrisa se dibuja en la cara de ambos, se entienden y ningún prejuicio aparece en sus castas mentes, pero la madre no puede soportar esta situación, debe haber distancia porque no pertenecen al mismo mundo, sus sentimientos se oponen a sus principios pero no los vencerá esta vez, casi nunca ocurre.

Una anciana me observa escribiendo, tal vez una de las pocas mentes incorruptibles que quedan en este desvaído lugar. Pronto también se aleja en el tumulto como tantas otras cosas en mi vida.

Un extranjero se siente perdido pero no quiere parar, quiere seguir este ritmo galopante aunque sea con la sola guía de su intuición porque sabe que sino pasarán sobre su cabeza los viles estafadores que andan sueltos tratando de robar ilusiones, de apagar sueños o saquear esperanzas.

Bajo del tren y de fondo entre el ir y venir agitado de quienes llegan tarde para una obligación de subsistencia social diviso un arrugado viejo vagabundo echado sobre mullidas bolsas de residuos y me atrapan sus ojos, que aparte de suplicarme lástima y piedad me transmiten que su razón de existir no son más que unas mohosas cajas de zapatos. Y después de aplicar el maldito rechazo natural de quien del tumulto es parte entendí el mensaje: “lucha por tus sueños, los podés conseguir si es lo que en lo más profundo de tu corazón deseas, no dejés que una vez más Dios le de el pan a quien no tiene dientes, pibe.”

De nuevo un niño teje la esperanza y llena mi vacío, dándome un motivo para seguir, para luchar por el futuro. Las palabras se vuelan, se desparraman y lo único que queda es el sentimiento demasiado fuerte para no escucharlo, más fuerte que la mente que no me deja de dictar todo lo que debo aprender de la vida.

Camino con la cabeza gacha y la vista mirando las desdibujadas baldosas para que la verdad no me golpee más con sus morbosos toques de realismo, pero las bocinas de los nerviosos conductores que quieren ganar segundos que perderán en el próximo semáforo me despiertan y alzo la vista para chocarla con una prostituta que me quiere vender su sexo sin amor, sólo por unos pesos quiere ahogarme en su mar de lujuria para que sus hijos puedan comer, estudiar y lograr la vida decente que ella nunca podrá tener. Me pregunto si medianamente alguna vez podrá lograrlo, pero no me sorprendería saber que si ya que me di cuenta que el amor puede hacer tantas cosas...

Me tiro en un oscuro rincón de una calle deshabitada y dejo correr una lágrima de tristeza por mi mejilla, siento lástima por todo y sobre todo por mí, después de todo aunque no pueda hacer nada yo también soy parte de este maquiavélico sistema exprimidor de vida.


Ariel ALMADA

7/10/97



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